Protegerte sin desconectarte

Enfadarse es humano. Es una emoción válida, que muchas veces aparece cuando sentimos que algo nos duele, nos frustra o simplemente nos supera. Sin embargo, a pesar de ser una de las emociones más comunes, el enfado suele generar culpa o miedo: miedo a perder el control, a herir al otro o a dañar una relación importante. Pero el enfado en sí mismo no es el problema.

Lo que importa es cómo elegimos gestionarlo. Enfadarse está bien, es una señal que nos informa que una necesidad no está siendo atendida, que algo nos ha hecho daño o que hemos cruzado un límite que no sabíamos que teníamos.

Intentar ignorar esa emoción o esconderla solo hace que se acumule y, al final, explote de forma mucho más intensa o dañina. En estas situaciones es importante darte permiso para sentir, sin juzgarte. El enfado no te convierte en una mala persona, ni una persona difícil. Es simplemente parte de tu mundo emocional, y como todas las emociones, tiene algo que decirte si te detienes a escuchar.

Poder expresar lo que necesitas cuando estás molesto/a es fundamental. Tal vez necesitas espacio para pensar, tal vez hablar con calma, tal vez simplemente sentirte comprendido/a. Pedir eso no te hace egoísta. De hecho, es un acto de responsabilidad afectiva.

Ahora bien, es esencial recordar que la otra persona también tiene necesidades y emociones. El enfado no te da permiso para ignorarlas o pasar por encima de ellas. No se trata de elegir entre tú o el otro/a, sino de encontrar la manera de cuidarte sin dejar de cuidar el vínculo. Y eso requiere comunicación honesta, respeto mutuo y tiempo.

Cuando las emociones están desbordadas, es muy fácil decir cosas que no sentimos realmente o que son hirientes. Por eso, uno de los actos más maduros que puedes hacer en un momento de enfado es no responder impulsivamente. Está bien no tener una respuesta inmediata. Está bien decir: “Ahora no puedo hablar de esto, necesito calmarme primero.”

Eso no quiere decir que estés evitando el conflicto, es gestionarlo. Dejar pasar un poco de tiempo, respirar, escribir lo que sientes o simplemente tomar distancia emocional puede marcar la diferencia entre una conversación destructiva y una reparadora. A veces necesitamos alejarnos un tiempo para procesar lo que sentimos, y eso está bien. Pero es importante que la otra persona no sienta que la estás castigando con tu silencio o que te estás alejando emocionalmente sin explicación.

Eso mantiene el vínculo presente, incluso en medio del conflicto. Y cuando decidas retomar la conversación, hazlo lo antes posible ya que así estarías transmitiendo a la otra persona que no solo tiene prioridad lo que tú necesitas y que también tienes en cuenta su dolor.

Imagen de Laura Espadas

Laura Espadas

Psicóloga General Sanitaria, Sexóloga y Terapeuta de parejas

Descubre más artículos